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Dra. Cristina Talavera - Consejera Cristiana
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Gente con problemas y gente problemática

La mayor parte de personas que trabajan en equipo se quejan de sus relaciones interpersonales. Un equipo relativamente amplio registra turbulencias constantes: encuentros y desencuentros, luchas de poder, altibajos emocionales con repercusión en el conjunto del grupo, etc...Una parte de la conflictividad entre compañeros puede originarse en las funciones que tienen encomendadas, pero otras veces las personas tienen rasgos de personalidad o maneras de ser que las hacen problemáticas en prácticamente cualquier organización.

Cuando dos personas no tienen una jerarquía definida por un organigrama y tienen que colaborar, se producen cuatro tipos de situaciones:

Consenso cordial
Ambos profesionales tienen el mismo nivel, están dispuestos a trabajar de manera complementaria y se alternan de manera muy dinámica en las decisiones.
Obediencia cordial
Una de las partes acepta el liderazgo de la otra y ambas sintonizan perfectamente, estableciéndose muchas veces un "pacto secreto".
Consenso forzado
Cuando dos profesionales de igual jerarquía se enfrentan, a la larga pueden pasar dos cosas: a) uno de ellos abandona la pelea y se estabilizan las posiciones mediante un pacto o sencillamente por mutua evitación; o b) se hace imprescindible establecer reglas más o menos habladas, en función de la gravedad del enfrentamiento.
Obediencia forzada
Cuando hay una jerarquía establecida entre los dos profesionales y a pesar de ello el que está en posición subordinada se niega a colaborar, se inicia un juego de despropósitos que suele ser muy negativo para la empresa. El mismo hecho de no compartir o esconderse la información conduce a desaprovechar oportunidades e ideas.

RASGOS QUE DIFICULTAN EL TRABAJO EN EQUIPO

La primera explicación cuando alguien fracasa en un equipo es el típico comentario: "no servía para este puesto". Con ello indicamos una causa interna de fracaso, por ejemplo, falta de preparación técnica. Otras veces el profesional enferma o se ve envuelto en problemas de tipo personal que disminuyen su eficacia. Sin embargo, estos dos factores no son, con mucho, los de mayor importancia. Por lo general, un profesional no se adapta a un equipo por problemas de personalidad y confrontación con la cultura de la empresa. Examinemos estos factores internos y externos.

Causas internas de fracaso
(Por orden de importancia)

PERSONALIDAD

Muy susceptible e hipersensible a las críticas.

Exceso de ego: intrusivo, invade la intimidad de los compañeros.

Egoísmo.

Inestabilidad emocional.

Frialdad emocional.

Dogmático, rígido.

Mal comunicador.

Hiperresponsable.

DESADAPTACIÓN DE ESTILO

Falsas expectativas u objetivos.

Basarse en experiencias previas que no sirven en la situación actual.

Instrucciones incorrectas recibidas de superiores.

Percepción incorrecta de la empresa y entorno.

Minusvaloración de los subalternos y colaboradores.

Incapacidad para asumir un rol transformacional.

FALTA DE PREPARACIÓN TÉCNICA
PROBLEMAS PERSONALES

Enfermedades de familiares

Enfermedades somáticas o psíquicas.

Otros: divorcio, inestabilidad familiar, etc.

Causas externas de fracaso

MISIÓN IMPOSIBLE

Objetivos inalcanzables por evolución mercado.

Falta de los medios inicialmente prometidos.

PRESIÓN ÉTICA

El contexto de la empresa obliga a despidos,..

Recibimos instrucciones superiores "no éticas".

FALTA DE ESTÍMULO

Económicos. Ganamos lo mismo independientemente de nuestro rendimiento.

Falta de carrera profesional.

Faltan objetivos estimulantes.

ESTRATEGIAS DE DERRIBO y/o FALTA DE APOYO

De los superiores.

De los compañeros.

De los subalternos.

Lo que diferencia un profesional normal de un profesional problemático va a ser justamente su capacidad de adaptarse. Veamos este perfil de personas incapaces de adaptarse, personas que vayan donde vayan acaban siendo personas problemáticas.

PROFESIONALES PROBLEMÁTICOS

Como regla general, podemos afirmar que cualquier rasgo excesivamente pronunciado en nuestra manera de ser, a la larga va a reportarnos problemas, sobre todo si ocupamos un puesto de coordinación o dirección. Ahora bien, sin hilar tan fino algunos profesionales tienen un tipo de personalidad que les conduce invariablemente a sucesivos fracasos e incluso pueden provocar enfermedades en el conjunto de la organización.
Vamos a examinar tres perfiles muy típicos de profesionales con problemas: el narcisista, el sensible y el límite o inestable. Los tres introducen graves distorsiones en la vida de cualquier organización.
Una buena parte de personas tienen rasgos de personalidad problemáticos pero suelen compensarlo con inteligencia y otras virtudes.

Profesionales con rasgos narcisistas

El narcisista es una persona con sentimientos de grandiosidad, necesidad de despertar admiración en los demás e incapacidad de empatizar con la gente, es decir, incapacidad por tener aprecio genuino por otras personas.
Esta carencia de afecto genuino no va a impedir al narcisista declararse enamorado o asegurarnos que siente un aprecio a nuestro trabajo y a nuestra persona, pero su querencia es siempre interesada. Lo que en verdad le motiva es sentirse admirado y atendido por los demás.
Sobreestima sus capacidades y presupone que todos coinciden en valorarle como él mismo se valora. Suele también fantasear sobre sus logros, sobreestimando su aportación y despreciando la de los demás.
Cuando el profesional narcisista no tiene responsabilidades de liderazgo ni directivas, puede intentar desplazar al líder del grupo atrayendo hacia sí a los elementos débiles del grupo, a los que mima para recibir sus elogios. Pero cuando tiene responsabilidades directivas puede ser sumamente peligroso para una organización. Para empezar va a rechazar cualquier amago de crítica e incluso puede tomar medidas en contra de aquellos que se han atrevido a criticarle. Otro detalle interesante para detectar a los narcisitas es esta facilidad con la que quedan heridos por las críticas más suaves.

En ocasiones pueden tener una gran capacidad de trabajo y sacrificio. Pero en realidad les mueve siempre una ambición personal.
El narcisista inteligente es un manipulador exquisito de la relación interpersonal. Va a hacernos creer que le importamos mucho, pero en realidad somos un peón para su juego particular. Cada persona tiene asignado un valor específico en su estrategia.
Otra pista significativa para detectar a un narcisista es justamente el desprecio que muestra hacia la gente sencilla que "no pinta nada".
El narcisista orienta sus relaciones interpersonales de manera muy operativa. Las amistades se hacen según el provecho que se puede sacar de ellas, y eso es válido incluso a nivel de sus relaciones íntimas: la pareja es un medio para reforzar su autoestima. Es más, los buenos sentimientos (solidaridad, preocupación por la situación de un compañero, etc.) pueden simularse para impresionar a los demás o conseguir sus fines, pero nunca son sentidos de manera genuina.
 

Los profesionales con rasgos narcisistas pueden descubrirse PORQUE:

Son envidiosos.

Son muy ambiciosos.

Reaccionan mal a las críticas.

Son incapaces de solidaridad emocional (empatía).

Orientan sus relaciones interpersonales de manera que puedan sacar provecho de ellas.

Son incapaces de dar estima.

¿Cómo comportarse y comunicarse con un jefe narcisista?

Guárdese de las artes seductoras de un jefe narcisista. Puede hacerle creer que usted es la persona imprescindible para hacer tal o cual trabajo pero en realidad no es así. Los narcisistas atraviesan frecuentes crisis depresivas. La más pequeña crítica puede hacerles contactar con la realidad, y entonces se desencadenan crisis profundas. En tales casos pueden encauzar sus sentimientos de tensión e irritabilidad en forma de agresiones hacia los demás, tildándoles de incapaces. Estas reacciones suelen ser totalmente desproporcionadas en relación a los hechos que motivan su reprimenda. Algunas normas prácticas para tratar y comunicarse con este tipo de jefes narcisistas:

No se deje manipular.

Ponga coto a las exigencias de su jefe narcisista. Hágale entender sus límites como ser humano.

Evite formar parte de aquellos que están a su alrededor aplaudiéndole porque a la larga ese tipo de directivos caen en desgracia y junto a ellos todo aquel que le seguía y vitoreaba.

Cuando el jefe narcisista le pida algo imposible trate de negociar su petición de una manera realista.

No espere un reconocimiento de su trabajo.

Comuníquese con el jefe narcisista tratando de ser cordial y sin destacar.

Un narcisista difícilmente tiene solución, a menos que cambie de una manera muy profunda. En todo caso he aquí algunos ejercicios "imposibles" para un narcisista:

Interesarse genuinamente por los demás.

Pensar en los subalternos brillantes y potenciarlos.

Aprender a aceptar las críticas e incluso provocarlas.

Mitigar el rencor.

Profesionales con rasgos sensibles/paranoicos

La característica esencial de la persona con rasgos de hipersensibilidad o paranoides es la desconfianza y el ver amenazas por todos lados. Suelen ser profesionales introvertidos, voluntariosos e hiperresponsables, muy metidos en sus cosas y poco amantes de reuniones multitudinarias. Cuando tienen que hablar en público suelen ponerse bastante nerviosos, sobre todo por el temor a que se burlen de ellos. Al igual que el narcisista, comparten el rencor como un resorte defensivo.
Los rasgos más descriptivos son por tanto, la hipersensibilidad y suspicacia pero también la falta de emotividad manifiesta. Este tipo de persona resulta fría y distante, no tiene sentido del humor y no manifiesta actitudes tiernas o emotivas. En realidad se ve impulsada a esta frialdad como una defensa ante su propia fragilidad.

Los profesionales con rasgos paranoides suelen descubrirse PORQUE:

SON DESCONFIADOS:

Suspicaces, creen que se conspira en su contra.

Temen ser traicionados y buscan "señales de amenazas".

Son reservados y evitan las críticas.

Pueden tener intensos celos profesionales y personales.

SON HIPERSENSIBLES:

Fácilmente se sienten ofendidos y humillados.

De cualquier cosa "hacen una montaña".

Están en permanente tensión "por si acaso".

IMPERMEABILIZAN SUS EMOCIONES:

Toman como virtud ser muy objetivos y poco dados a las emociones de ternura (lo cual creen que es una debilidad).

Aparentan frialdad porque en el fondo son frágiles. Sin embargo, pueden aprender a ser despiadados.

No tienen sentido del humor.

Les cuesta participar en grupo, a menos que ocupen una posición dominante.

Pueden ser egoístas y distantes.

Ahora bien, no todo es negativo:

La persona hipersensible puede superar su tendencia desconfiada y desarrollar la parte positiva de su manera de ser. En tal caso sus compañeros le considerarán un observador penetrante y capacitado.

Las personas hipersensibles que logran superar la suspicacia están dotadas de un sexto sentido de gran valor.

La insensibilidad que muchas veces demuestran estas personas se debe, en el fondo, a una defensa, porque tienen pánico a las emociones. Pero cuando tienen el valor de afrontarlas, pueden incluso desarrollar sobreactuaciones. Cuando encauzan su frágil emocionalidad hacia una utopía pueden desarrollar unos niveles de esfuerzo y voluntarismo extraordinarios.

¿Cómo comportarse y comunicarse con un jefe de rasgos paranoicos?

Cortesía asimétrica: mostrarse cordial aunque no reciba ninguna cordialidad del paranoico.

Sinceridad y nada de excusas: Hay que reconocer los fallos y disculparse si fuera el caso.

Respeto y nada de bromas.

He aquí algunas recomendaciones en el caso de ser paranoide:

Debe aprender a relativizar sus sospechas y no precipitarse en sus actuaciones.

Debe aprender a vivir ignorando la opinión de los demás y preservando su autoestima de dicha opinión.

Debe asumir que en un equipo siempre habrá personas que no van a quererle.

No debe dejarse influir por una sospecha. Debe comportarse siempre en un tono emocional cordial y abierto.

Profesionales con rasgos inestables/ personalidad límite

Estos rasgos se observan sobre todo en profesionales jóvenes, pues en el fondo se trata de una falta de maduración de la personalidad. Consiste básicamente en una frágil autoimagen que conduce a no saber lo que se quiere ni a quién se quiere, con fuertes fluctuaciones de la euforia a la depresión.
El profesional con rasgos de personalidad inestable o limite es impulsivo en aspectos relativos a su trabajo pero, lo que es más frecuente, en áreas de su vida personal. Su vida interior está presidida por impulsos pasionales breves, que se agotan como por falta de pilas, pero tan intensos que no sabe renunciar a ellos y que además le proporciona lo único que realmente le interesa: emociones extremas.
No toleran la soledad. Pueden lanzar proyectos irrealizables, entusiasmar a colegas, organizar reuniones inútiles y en el fondo todo es para sentirse rodeados haciendo cosas.

Los profesionales con rasgos límite pueden descubrirse PORQUE:

Muestran inestabilidad afectiva, con labilidad emocional acusada.

A veces tienen explosiones de ira inapropiada.

Sus relaciones interpersonales son inestables e intensas.

Son enamoradizos pero inconstantes y suelen juntarse entre ellos.

Son impulsivos y muestran conductas arriesgadas.

Pasan por ciclos de euforia y depresión, incluso en pocas horas.

No toleran la soledad ni la inacción.

Tienen muchas explosiones de cólera.

¿Cómo comportarse y comunicarse con un jefe inestable?

Necesitan personas que le ordenen su actividad y suplan su falta de reflexión.

En el momento en que se les "apagan las pilas" los colaboradores deben suplirles al frente de la organización y deben animarles.

Hay que mantenerse apartado de sus caprichos, evitando ser manipulado o entrar en sus fantasías.

Evite también creerse todos los proyectos que va a plantearle.

Lo más importante para un profesional inestable es:

Aprender a comprometerse en algo.

Aprender a frustrarse, que las cosas cuestan esfuerzo y tiempo en conseguirse.

Aprender a valorar las razones de los demás, sus motivaciones y hasta qué nivel pueden tener razón.

Percibirse a sí mismo como inmaduros, y necesitados de maduración. Rodearse de buenos consejeros, personas que suplan su tendencia desorganizada y atemperen los propios impulsos.

La Envidia

Si la envidia fuera tiña cuántos tiñosos no habrían, reza un viejo refrán venezolano. Y es que la envidia, al igual que el amor, es un sentimiento que ha acompañado al hombre desde el principio de sus días.

Desde el mismo momento en que la culebra envidiosa hizo que Eva mordiera el fruto del árbol prohibido, el hombre ha sido envidioso y envidiado. Pero, ¿Qué es la envidia? Algunos la definen como el sentimiento de pesar, de ira o de codicia, por el bien ajeno, que lleva al envidioso a sentir gran cantidad de emociones negativas por la persona envidiada. Hay quien la define como una conducta no asertiva acompañada del miedo a la pérdida de afectos y de posesiones. Otros la definen como una especie de ira pasiva.

Friederich Nietzsche, en su libro "La Genealogía de la Moral", define la envidia como el instinto de la crueldad que revierte hacia atrás cuando ya no puede seguir desahogándose hacia afuera. Con ella el alma humana se ha vuelto profunda y malvada, es la fuente de la nueva valoración: el resentimiento, que se vuelve creador del odio reprimido y la venganza, del débil e impotente.

La envidia a través del tiempo

Si nos remontamos a la historia del principio de nuestros días, vemos cómo el primer caso de envidia se presenta con Caín y Abel.

Según el Génesis IV, Caín, cegado por la ira, se dejó llevar por la profunda envidia que sentía por su hermano Abel y lo asesinó.

Saúl, hijo de Kish, quien es considerado por algunos como el primer Rey de Israel en el año 1.000 a.c., fue traicionado por Samuel, quien después de ayudarlo en su gesta, se opuso al desarrollo de la monarquía buscando limitar el poder del nuevo Rey.

En el libro "La República o el Estado", de Platón, vemos cómo este filósofo, a través de los diálogos de Sócrates con los sofistas, definió la envidia cuando explica que el alma se dividía en tres partes: La primera, aquella por la que el hombre conoce (la razón o el conocimiento). La segunda, por la que el hombre se irrita (las emociones). Y la tercera, tenía demasiadas formas como para que pudiera ser comprendida bajo un nombre en particular. Platón la define como la amiga deseosa de la adquisición de gloria y de lucro.

En este mismo libro vemos cómo los sofistas, llevados por la envidia que sentían hacia Sócrates, debido a su sabiduría y su amplia noción del bien y el mal, de lo justo y de lo injusto, hicieron que éste bebiera la cicuta que le causó la muerte.

Wolfang Amadeus Mozart fue altamente odiado y envidiado por la genialidad que desde pequeño lo acompañó en la composición de música que hacía para las cortes de Austria en el siglo XVIII, especialmente por Antonio Salieri, quien arraigó dentro de sí un profundo odio hacia Dios, pues creía que éste había mandado a "su criatura" (Mozart) para desplazarlo.

En la película "Amadeus", vemos cómo a través de la narración cinematográfica, Salieri habla con Dios diciéndole "eres injusto, vengativo y malo. Te bloquearé, lo juro. Le haré mucho daño a tu criatura en la tierra hasta donde pueda hacerlo y voy a arruinar tu encarnación", refiriéndose a Mozart.

El desarrollo de la envidia

Muchos son los momentos en que la envidia puede aflorar. La llegada de un hermanito, por ejemplo, causa en el primogénito sentimientos de envidia, pues la atención y el afecto de los padres inevitablemente se desviará hacia el nuevo miembro de la familia. Esta inseguridad puede generar en el hermano mayor la necesidad destructiva de dominar al hermano menor. El resentimiento hacia el "hermanito" no requiere necesariamente un fundamento racional pues éste puede darse aún cuando la atención de los padres y los recursos económicos sean abundantes para ambos hijos.

Pero este sentimiento de ira podría surgir cuando existe un vacío de amor de padres por lo que, en este particular, tanto el padre como la madre tienen que estar atentos. Sin embargo, aún cuando la dominación del hermano mayor es más frecuente no quiere decir que no suceda lo contrario. En ocasiones el hermano menor puede ser más brillante, más ingenioso, más locuaz o del sexo preferido de los padres y puede utilizar estas virtudes para dominar al hermano mayor, especialmente si la diferencia de edad es poca entre ambos.

Es aquí donde la labor de educación de la autoestima de los niños por parte de los padres es fundamental y prioritaria para evitar estos sentimientos de envidia entre hermanos.

La envidia en los círculos profesionales

Pero no solamente en el ámbito del hogar pueden generarse sentimientos de envidia. Con mucha frecuencia vemos que en el campo profesional este sentimiento es más generalizado. En los entornos políticos y artísticos predominan las intrigas producto de las envidias. En el mundo del fashion o el modelaje los resentimientos generados por la envidia son el pan de cada día, pero en todos los campos profesionales existe el deseo de sobresalir a toda costa, incluso destruyendo a las personas sobresalientes que son las víctimas de este sentimiento.

Eduardo Liendo, autor del libro "Los Platos del Diablo" une su talento al cineasta Thaelman Urgelles para realizar la película del mismo nombre en la que se presenta la envidia como una de las posibilidades de esta obra. Liendo nos comenta que es una película descollante, pues el sentimiento de deseo de fama y trascendencia a cualquier precio hace que un autor modesto sienta envidia por un escritor sobresaliente llevándolo al plagio y al asesinato. Por su parte, Urgelles manifiesta que "la envidia es un sentimiento que existe y que está más difundido de lo que uno pueda imaginarse".

El "mal de ojo"

Con esta denominación los venezolanos le pusimos nombre a la envidia ¿Quién de nosotros alguna vez no utilizó la manito de azabache? Nuestro pueblo, creyente del "mal de ojo", utiliza las llamadas "contras" que evitan ser blanco de éste. La mano de azabache es sólo una. También existen los lazos rojos, las bolsitas con dientes de ajo, los collares con hilo de espina de pescado, las calabazas o auyamas en nuestras casas y hasta las pepas de zamuro, que impiden ser víctimas de los sentimientos negativos unidos a la envidia. Hasta las personas religiosas usan escapularios.

Envidiosos y envidiados

Cuántas veces no hemos escuchado expresiones como ¡Qué casa tan bella tiene fulanito... cuánto lo envidio! Y así con cosas como una automóvil, el éxito profesional, la suerte, la belleza, etc. que tienen algunas personas. Pero nos hemos puesto a pensar en cómo es la persona que envidia estas cosas.

En líneas generales el envidioso es una persona con baja autoestima que vive deseando el logro, los reconocimientos y las cosas materiales de los demás. En la mayoría de los casos son mediocres, tienen poca capacidad para generar ideas y muy por el contrario les gusta robar ideas. Son amigos de ganar indulgencias con escapulario ajeno, critican destructivamente y son propensos al fracaso. Siempre se sienten víctimas, son desorganizados, menos inteligentes y en el mayor de los casos son personas pasivas, retraídas y no liderizan. Les gusta la intriga y el chisme. Es servil, adulador o jala mecate e hipócrita. Además, la venganza es su mejor arma para destruir.

Por su parte, la persona blanco de las envidias, por lo general es exitosa, trabajadora y con una gran capacidad de liderazgo, producto de una autoestima elevada y de una profunda creencia en sí misma.

Los envidiados son personas talentosas, con una dosis de ingenio, capaces de tomar decisiones, asumir retos y responsabilidades. Generalmente fijan posición ante las cosas y la vida, pero si se equivocan son capaces de rectificar, lo que las hace personas con sentido autocrítico. Son sociables, con buen sentido del humor, de buen carácter y siempre están dispuestas a colaborar. Tienen gran amplitud de pensamiento y no ejercen la venganza.

Ahora que ya los conocen, pregúntese en qué lado quiere estar, en el los envidiosos o en el de los envidiados. La decisión depende de usted.

El enfoque psicológico

Felícitas Kort de Rosemberg, presidenta de la Asociación venezolana para el Avance de las Ciencias del Comportamiento, AVAC, y miembro del Consejo Consultivo de nuestro programa "Cita con los Psicólogos", explica que en la psicología contemporánea existen varios puntos de vista que explican el fenómeno de la envidia. El enfoque conductual parte de la base de que existen cuatro emociones básicas como son el placer, la ira, el amor y el miedo. Para un especialista en psicología conductual, la envidia es una de las variaciones de la ira.

En este sentido, la persona envidiosa tiene una serie de características que la incorporan dentro de las personas no asertivas. Los no asertivos son personas que no se expresan adecuadamente y no saben confrontar sus problemas a tiempo, sino que los tienen capsulados y cuando quieren algo no son claros en sus peticiones y negociaciones, hacen sus quejas solapadamente, hablan en líneas generales y no son específicos en su forma de hablar. En su voz se puede apreciar un tono de súplica y cuando entablan una conversación, no mantienen contacto visual con su interlocutor. Viven en una permanente tensión corporal y tienen poco poder personal.

Para la psicología conductual, cada caso es único y particular y la persona envidiosa es tratada con encuestas que miden el grado de envidia que siente en este momento. Se estudia la persona paso a paso sin interpretar lo que es ésta, buscando la eficacia en el tratamiento a seguir, para incorporarla en el mundo de la asertividad, aprendiendo a tener coherencia entre lo que piensa, siente y hace.

"La evolución del individuo tiene mucho que ver en este problema de la envidia. En la medida que el ser humano tenga mayores destrezas, piense mejor, domine sus emociones y sepa como comportarse en situaciones sociales, en esa medida se planteará si el envidiar a alguien y desear sus bienes, sus éxitos profesionales y personales, será una prioridad en su vida. Si se convierte en una obsesión, se convierte en un problema importante y si se trata de envidias pasajeras, se puede decir que es característico del ser humano que puede querer cosas y desearlas".

La Mentira

Una de las actitudes más perniciosas y que más molesta a los seres humanos es ser víctima de una mentira. Pero cuando se hace un análisis más profundo de ella, podemos encontrar sorpresas sobre su verdadera esencia y, sobre todo, en la importancia que tiene en nuestras vidas en pareja, en familia, en comunidad, en nuestras relaciones de trabajo. La mentira, sin duda alguna, es una parte importante con la que nos enfrentamos cotidianamente en la vida.

El acto de mentir se define como la intención deliberada que tiene una persona de engañar otra. La mentira viene a ser simplemente, algo que no es verdad, que no es real.

Clasificación de las mentiras

Existen dos formas fundamentales de mentir: a través del ocultamiento y a través del acto mismo de falsear. El mentiroso que oculta, retiene cierta información sin decir en realidad, algo que falte a la verdad. El que falsea da un paso adicional: no sólo retiene información verdadera, sino que presenta información falsa como si fuera cierta.

Para que un acto de mentira se concrete, a menudo, el mentiroso combina ambas formas de engaño, pero en muchas ocasiones, se conforma simplemente con el ocultamiento, pues muchos consideran que ocultar información no es mentir.

Cuando un mentiroso está en condiciones de mentir, por lo general prefiere ocultar y no falsear. En primer lugar, porque resulta más fácil: no existen historias que inventar ni posibilidades de ser descubierto. Por otra parte, el ocultamiento parece menos censurable. Es pasivo, no activo y los mentirosos suelen sentirse menos culpables cuando ocultan que cuando falsean, aún cuando sus víctimas resulten igualmente perjudicadas.

Por otra parte, las mentiras por ocultamiento son mucho más fáciles de disimular una vez descubiertas. El mentiroso no se expone tanto y tiene muchas excusas a su alcance: su ignorancia sobre el asunto, o su intención de revelarlo más adelante, o simplemente "se le olvidó".

Existen mentiras que de entrada obligan al falseamiento y para las cuales el ocultamiento simplemente no basta. Por ejemplo, si alguien pretende obtener un empleo mintiendo acerca de su experiencia laboral, con el ocultamiento sólo no le bastará: deberá ocultar su falta de experiencia pero además, tendrá que elaborarse una historia de experiencia laboral previa.

También se apela al falseamiento, por más que la mentira no lo requiera en forma directa, cuando el mentiroso quiere encubrir las pruebas de lo que oculta, necesario fundamentalmente cuando lo que se quiere ocultar son emociones. Es muy difícil ocultar una emoción actual, en especial si es intensa. El terror es menos ocultable que la preocupación. La furia menos que el disgusto. Cuanto más fuerte sea una emoción más probable es que se filtre alguna señal pese a los esfuerzos del mentiroso por ocultarla.

Otra forma de mentir, es la que los expertos en el arte del engaño llaman "medias verdades" o "verdades retorcidas", de tal modo que la víctima no la crea. En la primera, cuando la persona engañada emplaza al mentiroso acerca de un asunto, éste no lo niega, por el contrario le da la razón a su víctima, pero hasta cierta parte de la historia. La otra parte es mentira. De esta manera, la persona engañada cree en la verdad de las palabras del mentiroso.

En el caso de las verdades retorcidas, el mentiroso dice la verdad de tal modo que la víctima no lo crea, es decir, dice la verdad falsamente. Es el caso del esposo que llega tarde a la casa y cuando su mujer el pregunta en dónde estaba, éste le contesta: "con mi amante, como me acuesto con ella todos los días, tenemos que estar en permanente contacto". Esta exageración de la verdad pone en ridículo a la esposa y le dificulta proseguir con sus sospechas. También servirá para el mismo propósito un tono de voz o una expresión de burla.

Se puede hablar de tres clases de mentira: la racional, la emocional y la conductual.

En la mentira racional, lo básico es que lo que se dice, se siente o se hace, se contrapone con la verdad racional. Se falsea la verdad por algún interés. Es más profunda, mucho más malvada, es la mentira hecha para dañar a los demás. Es el caso de una amiga envidiosa que le dice a otra que su marido la engaña con el propósito deliberado de causar daños en su matrimonio.

La mentira emocional, en la que lo básico es que, lo que se dice, se siente o se hace no concuerda con la situación emocional del mundo afectivo. Un ejemplo de esto podría ser el caso de los esposos que cuando llegan a la casa tratan de parecer enojados, por alguna mala situación en el trabajo, el tráfico pesado o cualquier otra circunstancia, cuando en realidad estaban en una fiesta jugando dominó con sus amigos, o simplemente pasándola bien con su amante. Tratar de parecer enojado, no es fácil, pero ayuda mucho si además se frunce el ceño.

Y el tercer tipo de mentira, que es mucho más elaborada, es la mentira conductual en la que se trata de actuar o dejar actuar de forma deliberada para decir que somos lo que no somos. Es el caso del galán vanidoso de mediana edad, que la oculta ante su novia o amante, tiñéndose las canas y afirmando tener siete años menos.

Las mentiras... ¿Tienen patas cortas?

En más de una oportunidad hemos escuchado decir que las mentiras tienen patas cortas, pues en ocasiones se descubren más rápido de lo que pensamos. Las mentiras fallan por muchas razones. A veces, la víctima del engaño descubre accidentalmente la verdad al encontrar una carta de amor escondida, una mancha de pintura de labios o al escuchar una conversación íntima por el teléfono auxiliar que levantó al mismo tiempo que su pareja.

También puede ocurrir que otra persona delate al mentiroso: un colega envidioso, una esposa abandonada, un informante que ha sido pagado, son algunas de las fuentes básicas para descubrir un engaño.

Sin embargo, la persona mentirosa también se delata por múltiples pistas como un cambio en la expresión facial, un movimiento del cuerpo, la inflexión de la voz, el hecho de tragar saliva, un ritmo respiratorio excesivamente profundo o superficial, largas pausas entre las palabras, un desliz verbal, una microexpresión facial o un ademán que no corresponde.

Ahora bien, ¿Por qué los mentirosos no pueden evitar estas conductas que los delatan? Las razones son dos: una de ellas ligada a los pensamientos y otra a los sentimientos.

Mentiras relacionadas con los sentimientos

El hecho de no haber pensado de antemano, programado minuciosamente y ensayado el plan falso es sólo uno de los motivos por los cuales se cometen deslices que ofrecen pistas sobre el engaño.

Los errores se deben a la dificultad de ocultar las emociones o de inventar emociones falsas. No toda mentira lleva consigo una emoción, pero las que sí, causan al mentiroso graves problemas.

Cuando se despiertan emociones, los cambios sobrevienen casi al instante sin dar cabida a la deliberación. El pánico que siente el mentiroso de ser descubierto produce señales visibles y audibles, pues es algo que está más allá de su control.

Las personas no escogen deliberadamente el momento en que sentirán una emoción. Ocultar una emoción no es fácil, pero tampoco lo es inventar una no sentida, aunque no haya otra emoción que disimular con ésta. En este caso, el falseamiento se hace tanto más arduo cuanto mayor es la necesidad que existe de él, especialmente si éste contribuye a ocultar otra emoción.

Las mentiras relacionadas con pensamientos no involucran emociones. Son las mentiras acerca de planes, ideas, acciones, intenciones, hechos o fantasías. Defender la verdad es mucho más complicado que decir una mentira en este caso. Por ejemplo, el que plagia oculta que ha tomado una obra ajena presentándola como propia, mintiendo sin sentirse culpable.

Mentira y personalidad

Para Roberto De Vries, médico psiquiatra, quien nos acompañó la semana pasada en el ciclo de la mentira que realizamos en nuestro programa "Cita con los Psicólogos", los seres humanos decimos, sentimos y hacemos mentiras en muchas épocas de nuestras vidas.

"Así, el niño es mentiroso en la misma medida en que sus fantasías se hagan presentes para confundirlas con realidades. El adolescente es un mentiroso en la medida en que su encuentro con el mundo real, cause frustraciones. El joven es mentiroso, en tanto y en cuanto no se sienta capaz de confrontar las verdades que le adversan. El adulto es mentiroso cuando no ha logrado superar los obstáculos que le ha puesto la vida y por lo tanto para sentirse el triunfador que nunca ha sido, engaña. Por último, el anciano es mentiroso cuando no se perdona los errores que ha cometido en su vida", apunta De Vries.

De acuerdo con esto, en la misma proporción en que el niño aprenda a diferenciar el mundo real de sus fantasías, que sepa enfrentar sus diferencias con los demás para irlas comprendiendo y confrontando en la juventud y la adultez y en la misma medida en que los ancianos se hayan sentido valiosos, triunfadores en la vida, se podrá confrontar la posibilidad de la mentira como una traición destructiva.

"Si esto no se hace, la mentira puede transformarse en un instrumento de evasión ante la frustración".

Mentira y profesión

Considera De Vries que un escritor tiene que hacer creíble la historia que cuenta a través de conocimiento racional, del manejo emocional y de la credibilidad accional.

Un político tiene que hacer creíble su mensaje emocional de trabajo por el grupo, a través de mensajes racionales, honestos y de acciones acordes con lo que dice sentir.

Un actor tiene que hacer creíble -a través de sus acciones- una realidad que le es ajena a su personalidad, a través de una gran honestidad y de una gran sinceridad.

"Por otra parte, todos los que trabajen con las ciencias y la tecnología tienen que ser fundamentalmente honestos".

Existen muchas clases de mentiras, entre las que se cuentan los chismes, los rumores, las murmuraciones y las tan nombradas "mentiras blancas o altruistas" que se dicen en casos extremos, como el del niño que pierde sus padres en un accidente y cuando recobra la conciencia, al preguntar por ellos, sus médicos le dicen que están bien, pese a que habían muerto. Pero en líneas generales, la mentira daña la relación de confianza en la familia, en la pareja, el trabajo y en general, en todos los aspectos de nuestra vida.

La mentira puede hacer daño a quien la recibe, pero a quien más perjudica es al mentiroso, pues se convierte en una persona poco seria, digna de poca confianza y credibilidad. Muestra de ello es que políticos y empresarios, entre otros, han sido víctimas de su falsa forma de llevar la vida y su trabajo. Recordemos aquel famoso refrán que dice "en la persona mentirosa, la verdad se vuelve dudosa". A eso nos lleva la mentira.

Patología del exhibicionismo

Hay adultos que no superan nunca la fase de exhibicionismo propia de la infancia y quieren hacer siempre de la mirada ajena un espejo de su autoimagen.

Todos saben que el colmo del exhibicionismo es un caso de policía: mostrar, de modo agresivo, los órganos genitales en público. Es como una forma de decir: "Yo existo y poseo el objeto permanente del deseo ajeno". La sicología experimental considera, según los estudios de Dollard, Miller y Sears, que toda forma de agresión presupone una frustración. Según eso, la tendencia al exhibicionismo es un síntoma de inmadurez.

El exhibicionista no se soporta, se cree inferiorizado y por lo tanto necesita transformar la mirada ajena en lente de aumento capaz de ampliar su propia imagen. Él sólo se ve en la mirada del otro, pues ante sus propios ojos se siente emocionalmente castrado. De ahí su miedo a la soledad, no sólo a la soledad física, sino sobre todo a la soledad simbólica, de quien se siente como una llama apagada. El exhibicionista necesita sentirse siempre encendido, con su luz proyectada sobre los ojos ajenos.

En la formación de la personalidad, la fase del exhibicionismo señala el corte del cordón umbilical; es cuando el niño toma conciencia de la alteridad de las relaciones humanas. Quiere verse como ser independiente, dotado de voluntad propia y, al mismo tiempo, centralizando sus atenciones. Al darse cuenta de que no todas las miradas imitan a la de su madre, que se centra en él, el niño exige, por medio del exhibicionismo, que su presencia sea notada. Como alerta Piaget, el niño se vuelve objeto de su propia atención y reacciona como si no soportase la idea de que el mundo mira en otras direcciones. Se podría decir que se trata de un momento de cambio copernicano en la formación de la personalidad, en el que la autoimagen ptolemaica -la de quien se considera el centro del universo- se rompe ante el sorprendente descubrimiento de que hay incontables centros mirando en diferentes direcciones. Aunque no todos logran ingresar a la fase galileana; algunos se hacen adultos sin poder superar el universo emocional ptolemaico.

En el niño se manifiesta el exhibicionismo por la desobediencia, necedad, travesuras, gusto en desafiar normas y costumbres, exposición al peligro físico. En su grito de independencia y vida, él suplica, inconscientemente, atenciones que compensen la pérdida inconsolable del cuidado materno, que hasta hace poco era permanente y protector. Trata de arrancar aplausos o indignación a quienes se le acercan, transformando el medio social -esa piscina en la que fue tirado contra su voluntad- en su escenario. En la escuela desafía a los profesores y hace lo indecible por conquistar la admiración de sus compañeros. En la calle se mete en líos y peleas y enfrenta desafíos -roba frutas en el predio del vecino, besa por la fuerza a su amiga, fuma, adopta modas extravagantes- como reivindicando para sí el estatus de héroe que hasta entonces fue monopolizado por las figuras materna y paterna.

Extensiones y frustraciones

En la edad adulta el exhibicionismo se caracteriza por la búsqueda incansable de bienes compensatorios a la castración emocional. La mansión, las joyas, el auto de lujo, las funciones profesionales o políticas... todos ellos son adornos para tratar de encubrir una personalidad enana que no consiguió afirmarse ante sí misma y que por tanto siempre se mide por la opinión ajena. En la esfera afectiva el exhibicionista da más valor a los atributos físicos que al compromiso objetivo y a la intensidad del encuentro subjetivo con el otro. Su contraparte es alguien que le mire, tratando de suscitar envidia ajena, como el niño que va a la escuela con reloj nuevo, no para saber la hora sino para que todos queden admirados de su objeto de ostentación.

En el ejercicio de un cargo de dirección, el exhibicionista siente una necesidad compulsiva de comprobar siempre su poder, destacándose por la arbitrariedad y transformando a sus subalternos en meros instrumentos de su soberbia. Se complace en exhibirse incluso cuando hace algún gesto magnánimo.

El exhibicionista no se confunde con el vanidoso, aquel que se reviste de cualidades imaginarias y se juzga íntimamente como el centro de las atenciones. Ni con el orgulloso, que se considera intelectual o socialmente superior, aún cuando asume la postura de parecer un buen oyente. El exhibicionista es, por desvío de carácter, un extrovertido, en el sentido etimológico y etiológico del término (inversión extroyectada). Él exporta hacia los otros su propia imagen, como si todos se sintieran más honrados al revestirse de ella.

Carente de sí mismo, siempre quiere sorprender, ocupar todos los espacios, contemplarse a sí mismo en el altar erigido por sus gestos espectaculares. No quiere ser sólo contemplado y adorado por los otros. Insiste en ser simultáneamente objeto venerado por la mirada ajena y por la suya propia. En ese sentido, en el centro de sus sueños no están los ideales que profesa o el amor que jura, sino su figura misma. Todas sus motivaciones "altruistas" comienzan y terminan en su ego.

Teniéndose como autorreferente, el exhibicionista es un eterno insatisfecho consigo mismo y, por tanto, un perfeccionista. Como si le faltase un miembro esencial de su cuerpo y fuera necesario recurrir a continuas artimañas para encubrir y compensar el defecto. Por eso, está siempre tratando de completarse, en el sentido mcluhiano del término, o sea, dotándose de aparatos - veloces, potentes, avanzados- que ensanchen la extensión de su cuerpo. De tal modo el exhibicionista se complace en suscitar la envidia de todos cuantos se le acercan y no soporta convivir con quien se muestra más capaz que él. Ni admite la indiferencia. En su universo hay lugar para un único sol, rodeado de satélites sin luz propia.

El ostracismo es la muerte del exhibicionista. Todo, menos el anonimato. Su infierno es la clausura, la carencia de bienes ostentosos, la reducción de estatus o la pérdida de poder. No actúa movido por principios. Su palabra vale hasta caer el pedestal que lo sustenta. Entre la autoimagen y la palabra, él salva la primera, pues su relación con el mundo es preponderantemente estética y no ética, como un actor que sólo cree en la fuerza del personaje si la escenografía causa impacto.

El exhibicionista nunca demuestra señales de debilidad, condescendencia o tolerancia. Revestido de supuesta omnipotencia, se desculpabiliza de toda acción inescrupulosa, como si le incumbiese la misión histórica de innovar los patrones morales. Por lo mismo, no se avergüenza de sus errores ni se duele del sufrimiento ajeno, pues está convencido de que los demás no merecen la suerte de poseer, como él, la estrella de la exhuberancia ilimitada.

En la vida diaria el exhibicionista no dialoga, se impone. Cuando escucha es con la mente centrada en sí mismo y no en los argumentos del interlocutor. Cuando habla, cree más en la fuerza simbólica del sonido de su voz que en la lógica de su argumentación.

Lo que más teme el exhibicionista es enfrentar las situaciones- límite de la vida. Para él el dolor, el fracaso, la necesidad y la muerte son insoportables y, con miedo al sufrimiento derivado de la decisión de asumirlas, se escabulle, como si el lado trágico de la vida no le mereciera respeto. Huye sicológicamente cuando surge en su camino alguna forma de limitación o de necesidad. Es lo que el sicoanálisis freudiano califica como negación. Imita al avestruz, ocultando la cabeza en su propio ego, como si la vida fuera siempre fiesta, y nunca féretro. Pero como en la vida la culpa que se contrae por omisión es incomparablemente mayor que la cometida por trasgresión, el exhibicionista lucha con sus eventuales sentimientos de culpa accionando el mecanismo de proyección de su autoimagen.

Ante la miseria ostenta riqueza; frente a la corrupción se constituye en paradigma moral; entre tantos hambrientos malgasta salud; en una situación de debilidad arremete como fiera. Se ofrece como referencia catártica a todos los que viven en necesidad. En él todo es completo y los necesitados lo miran como el niño al Superhombre que encarna sus fantasías omnipotentes.

Karen Horney mostró que tales proyecciones alucinatorias, en las que se pierden los límites entre sueño y realidad, son típicas de situaciones sociales conflictivas en las que el individuo sólo reencuentra su equilibrio síquico alienándose. Por eso, el sistema capitalista manipula esa alineación colocando a las personas en condiciones de perpetua frustración -riquezas inaccesibles, etc.- y, al mismo tiempo, ofreciéndoles satisfacciones ficticias, como en la publicidad y en las telenovelas.

El exhibicionista es, por carácter, detallista. Desde la hebra de pelo fuera de lugar hasta el cuadro torcido en la pared, todo le irrita cuando no corresponde a su gusto, pues él quiere verse en el orden circundante. El mundo es extensión de su figura. Y el caos es su infierno, porque estropea el escenario cuyo centro ocupa él.

En suma, el exhibicionista no se admite como uno entre los demás. Todos, quiéranlo o no, están obligados a contemplar su venerable figura -fuente de vida y de placer... de él-, corriente aprisionadora para quienes se dejan subyugar, espada mortal para quienes se atreven a mirar en otras direcciones.

El Perfeccionismo

Buena parte de las personas inmaduras e inseguras que tienen verdadero pánico al fracaso, aunque suelen aparecer como personas de éxito y que jamás se sienten satisfechas por nada, son perfeccionistas. Valoran las cualidades personales a partir de categorías absolutas y padecen de verdadera adicción a la perfección, porque son esclavas del pensamiento distorsionado y dicotómico todo-nada.

   Para decirlo de manera más clara, el perfeccionista no soporta la idea de cometer errores, cree que todo debe hacer1o a la perfección y si un trabajo no le sale p1uscuamperfecto, queda sumido en un estado de tensión y de nerviosismo que le lleva a considerarse un fracasado o un inútil. Si comete un error, si cuanto emprende no le sale completamente bien, si no es el mejor en su trabajo, se viene abajo, se desmorona y piensa que todo cuanto ha hecho hasta ese momento, por bueno y meritorio que sea, no cuenta, no sirve para nada.

    A mi entender, el gran error de todo perfeccionista tiene su origen en la falta de humildad y en interpretar los errores como un fracaso y no como una extraordinaria posibilidad para aprender y para ir mejorando.

   El perfeccionista no consigue aceptar una rea1idad que asume y que ve con claridad meridiana toda persona con un mínimo sentido común: Que es imposible que todo, absolutamente todo, sa1ga bien; lo mismo que es imposible que todo salga mal, rematadamente mal. Comprenderá el lector que cualquiera que pretenda alcanzar siempre el absoluto, necesariamente se sentirá insatisfecho y desilusionado porque nunca considera suficientes los éxitos obtenidos. Los mayores logros tienen a1gún fallo o deficiencia y difícilmente la realidad de cada ida se acerca ni de lejos a lo que espera o imagina el perfeccionista.

   Decía al principio que el pensamiento dicotómico todo-nada del perfeccionista infunde en el ánimo gran ansiedad y la sensación de un constante fracaso y, en consecuencia, es paralizante y desmotivador. Para salir de1 laberinto autodestructivo del perfeccionismo es imprescindible aprender a situarse en un sano y equilibrador término medio, lo cual significa aceptar que la vida del ser humano está llena de pequeñas imperfecciones y que no existe nada absolutamente perfecto, pero no por ello merece menos la pena vivir la vida con ilusión.

   El gran error del perfeccionista es interpretar los fallos y equivocaciones como fracaso, pero comete además otros dos errores que le impiden salir de ese paralizante y desmotivador estado. Uno es que en lugar de adaptarse a la realidad, pretende en vano que la realidad se adapte a él, a su modelo ideal. Otro, considerar que optar por un término medio es tanto como condenarse a la resignación, a la tibieza y a la mediocridad, lo que le parece cobarde y humillante.

   El perfeccionista tiene que llegar a ver con claridad que la aceptación de la realidad y la conformidad de quien espera de la vida lo que pueda ofrecerle, superándose en lo posible, pero sin perder la alegría y el disfrute de lo que se es y de lo que se tiene, es la manera más sensata, sana e inteligente de vivir.

   Detallo a continuación algunas consideraciones que llevan a optar por la excelencia (hacer lo que se pueda) en lugar de habituarse al perfeccionismo.

   A cambio de hacerlo todo bien, el perfeccionista vive en continua insatisfacción, tensión y preocupación y, por desgracia, ni es más productivo, ni el posible trabajo perfecto le produce más felicidad o alegría. Se convierte en su peor enemigo por la ansiedad que produce pretender un imposible. Además, se priva estúpidamente de aprender las sabias lecciones de los fracasos. El perfeccionista crónico no sólo mantiene una actitud autocrítica consigo mismo sino con los demás, a los que difícilmente perdona sus fallos y errores; por eso acaba por ganarse a pulso la antipatía de mucha gente.

   Seguramente en lo más profundo de esa falta de humildad del perfeccionista se encuentra un ser humano especialmente temeroso e inseguro que necesita desesperadamente aparecer como el mejor para llenar el vacío inferior de la verdadera confianza en sí mismo y del auto amor.

 
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