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Dra. Cristina Talavera - Consejera Cristiana
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Inicio de la vida en pareja

Para la mayoría de las personas, decidirse a vivir en pareja constituye una de las decisiones más importantes de su vida. Sin embargo, algunas parejas sucumben a la decepción después de comprobar que la convivencia no es tan sencilla ni tan gratificante como esperaban. Muchas veces, las dificultades que atraviesan estas parejas se deben a la falta de habilidades de convivencia. La escasa comunicación, el no saber resolver conflictos o pactar, no divertirse juntos o no apoyarse mutuamente,  provoca la falta de entendimiento y el progresivo distanciamiento, a pesar de habitar bajo el mismo techo.

Poco tiempo después de haber iniciado la convivencia, la mayoría de las parejas, por no decir todas, empiezan a darse cuenta de que vivir de forma cotidiana en un mismo hogar requiere de algo más que ilusiones y buenas intenciones para lograr que su relación funcione bien.

Para empezar, cada uno de los miembros que formáis la pareja necesitáis enfrentaros al hecho de que habéis dejado de ser hijo o hija de familia. Ahora sois el compañero o la compañera de una persona con la que os habéis comprometido. Cada uno de vosotros es ya un adulto independiente de su familia de origen y necesita aprender una nueva forma de relacionarse con la familia que acabáis de formar.

En segundo lugar, el compromiso contraído con la pareja requiere limitar actividades que antes se hacían libremente como solteros, para darle ahora prioridad a la relación entre los dos.

También es importante que establezcáis acuerdos entre vosotros para regular vuestra nueva forma de vida. Cada uno está aportando a esta convivencia su propia individualidad con hábitos, costumbres y formas de proceder adquiridas por la educación que habéis recibido. Se requiere unir esas dos individualidades mediante acuerdos tomados en común acerca de muchos asuntos, como los horarios de trabajo, la disposición del tiempo libre, la administración del dinero y muchas cosas más.

Es evidente que al tratar de establecer estos acuerdos van a surgir múltiples diferencias entre vosotros.  Pero si recordáis que estas diferencias son las que contienen la riqueza potencial de vuestra relación, seréis capaces de hacer el esfuerzo que se necesita para lograr el consenso, aunque esto rompa, momentáneamente, la armonía o tranquilidad que deseáis tener y os lleve a discusiones en las que os sintáis incómodos por veros enfrentados a lo que no os gusta de vosotros mismos. Si los dos estáis dispuestos a trabajar activamente por vuestra relación y a no dejar asuntos pendientes que se conviertan  en un lastre en el futuro, os daréis cuenta que los conflictos, grandes o pequeños, son parte inherente de la vida de una pareja y que buscarles solución, en vez de negarlos o evitarlos, es algo enriquecedor que os ayudará a madurar.

La situación contraria, es decir, quedar vinculados emocional o físicamente a las familias de origen, resistirse a abandonar las actividades de solteros, no establecer vuestras propias normas de funcionamiento o huir de las situaciones conflictivas,  buscando distracciones como el trabajo o las amistades, es vivir esta etapa de manera equivocada, es obstruir la madurez que puede lograrse y dejar asuntos inconclusos que van a dificultar, en el futuro, vuestra relación.

Otro punto muy importante de esta etapa en la vida de dos personas es que, en un plazo no muy largo, ambos os daréis cuenta de que no se cumplen las expectativas que teníais acerca de vuestra relación. Como esas expectativas generalmente se relacionan con recibir cariño, comprensión, apoyo a lo que es cada uno, en la medida en que cada cual lo necesita, el no recibirlo como se desea, produce malestar y desilusión, y hasta la sensación de haberse equivocado en la elección de pareja.

A veces, nuestro ego está tan necesitado de todo lo que esperábamos para darnos fuerza, que no toleramos el no recibirlo, y en cambio encontramos críticas, confrontaciones y motivos de malestar, y tomamos la decisión de dar por terminada la relación a través de una separación que, con frecuencia, quizás pudiera haberse evitado con una mayor comprensión y deseos de superación por parte de ambos. Por desgracia, muchas otras veces se hace imposible la convivencia por mil y una causas propias y ajenas a la pareja, y es mejor para los dos poner fin a la relación de una forma civilizada y todo lo amistosa que las circunstancias permitan. Tan equivocado resulta romper una relación sin antes haber intentado sinceramente  poner remedio a los problemas como obstinarse en mantenerla contra viento y marea.

Una analogía aplicable a esta etapa de la vida de una pareja sería decir que un hombre y una mujer inician su relación con un gran estallido de luz que ilumina sin cegar y calienta sin quemar (el enamoramiento).  Esto tiene una duración breve, y la gran luminaria se convierte en una fogata que sigue iluminando y calentando pero que requiere ser alimentada con leña nueva cada día. Sólo que la leña ni les va a ser entregada a domicilio ni se compra en la tienda más cercana, sino que es necesario ir a por ella. Esto significa que hay que ir al bosque, escoger un buen árbol, cortarlo con las propias manos, partirlo con todo el esfuerzo que esto implica, hacerlo entre los dos y así mismo, transportar la madera a casa, almacenarla y después saber cuánta leña se debe poner en la fogata según cada momento o situación, para que la fogata no queme la casa ni tampoco se convierta en un rescoldo que apenas dé un poco de calor y termine convertida en cenizas.

Identidad

Normalmente, con la convivencia se inicia la etapa de identificarse como pareja, de dejar de lado el tú y el yo, que son reemplazados por el "nosotros", donde el compartir es la fórmula esencial

Lo principal para crear ese "nosotros" es el desarrollo de la intimidad, que lleva a los dos a mostrarse más abiertamente. La comunicación juega un papel fundamental en esa apertura para convertirse en descubridores y no en juez del otro. Es colocarse en el lugar del otro, entendiendo lo que piensa, siente y cómo actúa.

Para que la intimidad se desarrolle hay que vencer el miedo a mostrase a sí mismos con sus temores y vergüenzas, ese temor a decepcionar al otro, lo cual es un error, porque uno es amado realmente cuando se muestra tal como es y el otro así lo acepta.

Comunicación sexual

El lenguaje íntimo de la pareja se expresa a través del cuerpo, donde la comunicación va más allá de las palabras. Es una comunicación integral que refleja los más profundos deseos, temores y necesidades, y que da la posibilidad de descubrir diferentes facetas de la personalidad.

Hay que considerar el afecto sexual como algo que se debe aprender. Algunos piensan erróneamente que el hombre siempre tiene que "hacerlo bien a la primera", como si naciera sabiendo.

A la mujer, en cambio, históricamente le ha estado prohibido llevar la iniciativa en cualquier relación sexual, obligada a ir siempre a remolque de lo que el hombre dictara, aunque ello le impidiera disfrutar plenamente. En términos sexuales, la mujer tiene un proceso de excitación más lento, con lo cual es importante que ella guíe al hombre señalándole lo que le agrada o le desagrada, haciendo la relación más satisfactoria. De esta forma, la relación se hace "con" el otro, y no "a pesar" del otro.

Actitud frente a las disputas

Como dijimos al comienzo, no es extraño encontrar parejas que poco después de iniciar la vida en común se ven invadidos por la desilusión. Probablemente, pensaran que todo el amor que profesan hacia su compañero o compañera haría imposible la aparición de discusiones y enfados relativamente importantes. Podría decirse que el amor entre los dos miembros de la pareja es el bálsamo capaz de curar las heridas que provocan las desavenencias,  pero no una vacuna infalible, por intenso que ese amor sea. Se debe tener presente que los conflictos, a veces importantes, a veces absurdos, son el peaje que hay que pagar para que la pareja continúe avanzando satisfactoriamente por la autopista de su relación.

Los padres

La relación con la familia de origen cambia radicalmente: se hace más madura y adulta. La madre y la hija se ven ahora como esposas o compañeras de sus respectivas parejas, y no sólo como madre e hija.

La libertad emocional con los padres no se consigue de forma instantánea, sino que se va logrando paulatinamente. La pareja debe tomar esta separación como un proceso sociológico normal. Una separación gradual y nada traumática permite que entre ambos se desarrolle una identidad común.

Por su parte, los padres pueden ayudar a la pareja de muchas formas. Estas ayudas a veces también son necesarias en la medida que no interfieran con la relación de pareja y no afecten a su intimidad. Iniciar una nueva vida con otra persona no debe significar nunca una ruptura drástica con aquellos con los que hemos compartido nuestras penas y alegrías hasta este momento.

Para terminar, debemos recordar siempre que lo principal que tiene que aprender una pareja que se embarca en la apasionante aventura de vivir juntos es crear una identidad común que sea capaz de vencer los contratiempos y desavenencias que inevitablemente irán surgiendo a lo largo y ancho de su relación.

Una frágil unión que se debe cimentar día a día

Cada uno de nosotros somos un mundo y trasladamos nuestras peculiaridades al ámbito de la relación de pareja: a unos les gusta mandar pero otros tienen un perfil más sumiso o conformista, unos prefieren decidir y otros que decidan por ellos, a unos les encanta dar y darse al otro mientras que otros parecen haber nacido sólo para recibir de los demás, unos necesitan más cariño y a otros les abruman las emociones a flor de piel... Vamos, que la pareja es un ente peculiar, una institución no por tradicional menos imprevisible, y formada por dos miembros a su vez distintos.

Es fácil convenir en que no hay una fórmula que garantiza el éxito de la vida en pareja. Cada unión se rige por unas reglas, normalmente no explicitadas por sus miembros pero que sirven para mantener viva (en el mejor de los casos, armónica) la relación mientras dura. Lo que sigue son sencillas propuestas generales para fomentar la armonía en la vida de pareja, partiendo siempre de dos puntos de partida: la igualdad de derechos de sus miembros y la promoción de una dinámica activa, equilibrada, participativa y sincera en el desarrollo de la relación a lo largo del tiempo.

Efigenio Amezua, experto sexólogo y teórico de la vida en pareja, define a ésta como una relación de comunicación que debe organizarse sobre las bases de sentirse con..., comunicarse con... y compartirse con... Expliquemos estos conceptos.

Sentir la presencia de la otra persona en ese camino que ambos han decidido compartir, percibir su compañía, su apoyo y su incondicionalidad, lo que no exime a cada uno de la responsabilidad de andar la parte del camino que le corresponde. Comunicarse desde el gesto y la palabra, con una verbalidad abierta y positiva, de quien cree y confía en su interlocutor y con un cuerpo que se expresa desde la receptividad, la amistad y la caricia. Compartirse no significa sólo intercambiar cosas, favores o deberes. Compartirse es darse, mostrarse involucrado, ofrecer abiertamente la vulnerabilidad de cada uno en la seguridad de ser entendido, aceptado y querido.

Una rutina de equilibrio y consenso

La búsqueda de la armonía de la pareja nos mueve a muchos a intentar identificar todo aquello que conviene evitar y también lo que debemos hacer cuando surgen los desencuentros. Comencemos por crear una rutina en la que queden desterrados los silencios con significados negativos, los enfados soterrados y los rencores acumulados. En su lugar, hablemos. Pongamos un diálogo constante y la negociación: el consenso y los acuerdos. Ante la discrepancia de opiniones, la alternancia en las decisiones es una buena opción: hoy eliges tú la película a ver en el cine, mañana decido yo a qué restaurante vamos. O cada uno va por su lado, por qué no.

Lo importante es mantener el buen ambiente y evitar los agravios o las desconsideraciones. No temamos los desencuentros ni las crisis, intentemos utilizarlos para fortalecer la relación. Unas buenas habilidades de comunicación nos sacarán de muchos atolladeros. Puestos a desterrar hábitos perniciosos, empecemos con la culpabilización. Abandonemos esa caza de brujas de quién ha sido el culpable, y pasemos a considerar global y lúcidamente qué parte de responsabilidad nos corresponde a cada uno en los hechos. Y a la más mínima duda, preguntemos.

Ceder el paso a los sobreentendidos, los silencios acusatorios y las suposiciones genera posos de desconfianza y distanciamiento que envenenan la relación y resultan difíciles de disipar. Una pregunta, un comentario a tiempo, frena ansiedades y malestares y permite que fluya la comunicación.

Otra cosa es cuando surgen problemas de gran calado (discrepancias profundas en temas esenciales, relaciones sentimentales con personas fuera de la pareja, incompatibilidad de caracteres o costumbres, aburrimiento o cansancio en la pareja...), que requieren medidas a veces drásticas que no son objeto de esta reflexión. De todos modos, estas propuestas son también útiles para encarar situaciones excepcionales o graves que deterioran gravemente la relación.

Vivir en pareja no debería significar una actitud de dar sin límites y no esperar nada a cambio. Eso es una falacia y genera desequilibrios que, antes o después, terminan pasando factura. En la pareja, al igual que en toda relación, hay que dar y recibir. Hoy yo, mañana tú. Vasos comunicantes que se ladean en un sentido u otro y cuyo fin es mantener la estabilidad. Las desigualdades pueden dar lugar a situaciones de dominio que a largo plazo generan insatisfacción al menos en una de las dos partes.

Hemos de conocer al otro

Conviene que nuestra pareja sepa qué nos gusta, qué y cómo lo queremos. Hemos de mantener informada a nuestra pareja del momento que vivimos, porque no siempre sentimos, ni queremos, ni vivimos lo mismo: nuestra vida es una sucesión de etapas, y cada una de ellas tiene sus peculiaridades propias. Somos, afortunadamente muy distintos, pero también compartimos cosas. A todos nos gusta que nos respeten, que nos quieran, que cuenten con nuestra opinión, que nos valoren como personas en toda nuestra dimensión: como trabajadores, como hijos, como padres, como amantes, como amigos, como interlocutores.

El cuerpo es un gran comunicador y hemos de dejarle expresarse. Si queremos mantener un diálogo fluido con nuestra pareja, las relaciones corporales (no exclusivamente las sexuales, sino también las caricias, los besos, los abrazos) han de ser cotidianas y satisfactorias para ambos. Adaptémoslas a cada momento, circunstancia y etapa de nuestra vida. Que formen parte de ésta porque ayudan a garantizar que la calidez, la ilusión y la búsqueda del disfrute forman parte de nuestro código.

"Se hace camino al andar" decía la canción. La pareja se hace cuando cada día sentimos que vamos juntos en el mismo camino, comunicándonos desde el cuerpo y la palabra y compartiéndonos de forma incondicional. Establezcamos nuestro propio código propio, basado en la comunicación, la confianza, el respeto, la ternura y el placer.

Lo que no conviene hacer

Esperar a que mi pareja adivine lo que quiero y necesito, a que se adelante a mis deseos antes de formulárselos, a que renuncie a su vida personal y me coloque en el centro de su existencia, a que sea la procuradora de mi felicidad.
Responsabilizarle de mis frustraciones, de que lo que obtengo de mi vida de pareja no se corresponde con mis expectativas, de los cambios que he tenido que introducir en mi vida.
Competir por quién es más o menos, mejor o peor, quién le debe más o menos al otro, quién es esto, aquello o lo otro, quién es el que más pone para mantener viva la pareja.
Ser infiel al proyecto en común, pero no entendido exclusivamente como las relaciones sentimentales y/o sexuales con otra persona sino en su totalidad. Para no perjudicar a nuestra vida en pareja hemos de mantenernos leales al compromiso adquirido, trabajar día a día para reavivar ese proyecto común, intentar que esa ilusión inicial, ese amor, crezca; o, al menos, se mantenga y la vida resulte gratificante para ambos.
Acumular, sin sacarlos a la luz y sin comentarlos de forma relajada, desaires, desacuerdos, enfados, reproches, faltas de respeto y desilusiones,.
Dudar de la otra persona. Las fisuras por falta de confianza suponen el inicio del resquebrajamiento de la pareja. Es difícil, y muy duro, amar a alguien de quien se duda.
Permitir o propiciar los silencios ante situaciones que pueden provocar un desencuentro o bronca. Positivicemos: una circunstancia crítica puede ayudar a aclararnos, a adoptar compromisos y acuerdos. El silencio es el vacío y en éste (aunque en principio pueda resultar apacible y llevadero) no hay nada.
Renunciar a formular nuestras quejas, necesidades y querencias de una forma clara, concisa y directa. Hemos de mostrar una clara intención de negociar cambios concretos y de acordar en firme con plazos determinados, todas las cosas que planteamos.
La ironía, el sarcasmo, la crítica destructiva, el grito, el insulto, la ridiculización, la descalificación o el desdén al dirigirnos a la otra persona. Las formas cuentan, y mucho. La familiaridad no debe convertirse en ordinariez, falta de respeto o grosería. Hemos de procurar que las discusiones tengan un cierto protocolo, unos límites que no conviene sobrepasar. Todo puede decirse con un mínimo de corrección y respeto al otro. Lo cortés no quita lo valiente. -Culpabilizar al otro de todo cuanto no ha salido como esperábamos.
Relegar las relaciones sexuales a un plano secundario. Son imprescindibles para el mantenimiento del compartir, de la confidencialidad y la ilusión en la relación de pareja. La carencia de estas relaciones corporales abonan el desánimo y la apatía en la comunciación de la pareja. La rutina y la inercia que la acompaña nos puede llevar a un callejón sin salida.
Gestionar mal las cosas prácticas. Una vida en común tiene muchos aspectos tangibles, prácticos y cotidianos sobre los que hay que llegar a acuerdos. Hemos de hacer frente a tareas domésticas, gastos y otros cometidos familiares. Habrá que hablarlo y ver cómo vamos a organizar los gastos, la distribución de las tareas domésticas, la crianza de los hijos o, incluso, las vacaciones. Lo mejor es una negociación continua que se adapta a cada etapa de la relación.
Creer que sólo existo en cuanto que miembro de la pareja. La relación es cosa de dos, pero de dos que suman. Por tanto, empieza por uno mismo y es por ello que me cuido física y anímicamente, me mimo y hago de mi vida una vida rica en situaciones, experiencias nuevas y sensaciones; en esa medida, aporto riqueza a esa relación. Cada uno tiene su propia vida y la pareja es la expresión de dos vidas que se unen para sumar, para aportar la una a la otra.

Algunos secretos de los matrimonios felices

Cuando se les pregunta el secreto de la felicidad de su matrimonio, muchas parejas en esta gozosa situación lo atribuyen a la suerte. Les parece natural, no se les ocurre cómo podría ser de otra manera, ya que tuvieron la fortuna de encontrar a esa maravillosa pareja. No se dan cuenta de que fue su inconsciente el responsable de esa elección, gracias al modelo que aprendieron en su familia de origen, donde —la mayor parte de las veces— los propios padres tuvieron un matrimonio feliz. También aprendieron en su primer hogar a ser tratados con respeto y cariño; fueron acogidos con amor y luego se les impulsó a ser libres. De ahí que hayan logrado hacer una elección sana.

¿Pero qué pasa cuando no se contó con la fortuna de un hogar así?  Quienes vienen de un hogar desintegrado o una familia disfuncional, ¿no tienen posibilidades de lograr un matrimonio feliz?

Claro que pueden lograrlo, pero tienen que lograr primero una madurez básica y luego ser conscientes de las dificultades que enfrentan, de las necesidades propias, las del cónyuge y las de la relación, para de este modo salvar los obstáculos que se les presentan.

Para lograr un matrimonio feliz hay algunos puntos que son de crucial importancia.  Estos son algunos de los secretos de los matrimonios felices, según algunos expertos en el tema.  Estas parejas:

* Nutren constantemente su relación.

* Respetan la individualidad del otro, su ser, su personalidad, su desarrollo en el mundo.

* Respetan la libertad del otro.

* Reiteran día a día el compromiso que tienen uno con el otro.

* Son, uno para el otro, los mejores amigos.

* Tienen un intercambio flexible de posiciones de poder.  Según las situaciones y de acuerdo con las capacidades de cada quien, a veces uno y a veces el otro ejerce el liderazgo.

* Aun con el paso de los años se mantiene la atracción física. 

* La relación sexual es libre, espontánea y satisfactoria.

* Se tocan, abrazan, besan, acarician.

* Tienen sentido del humor, especialmente cuando se trata de enfrentar sus diferencias.

* Expresan lo que sienten y sus sentimientos son validados por el otro.

* Dicen lo que se los ocurre; no se avergüenzan de parecer tontos o ignorantes.

* Dicen claramente lo que piensan cuando algo no les parece correcto.  

* Tienen gestos como llamarse al trabajo, comprarse flores o pequeños obsequios, decirse “te amo”, halagarse mutuamente, planear encuentros juntos, momentos especiales…

 
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