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Dra. Cristina Talavera - Consejera Cristiana
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Cómo ser mejores padres

Hoy en día todos sabemos que es muy difícil ser un buen padre, o tan solo un padre. Con el aumento de los divorcios, separaciones, madres solteras y las familias en las que el padre y la madre trabajan fuera de casa, el tiempo que queda para los hijos es muy escaso. Aun así, tengo el convencimiento de que, independientemente del ritmo de trabajo o de la situación vital de cada miembro de la familia, es posible ser mejor padre de lo que se es. Siempre tenemos tiempo para cambiar y mejorar.

Ser mejor padre aunque no sea sencillo, puede conseguirse siguiendo unos pocos principios que hay que poner en práctica a diario, los cuales enumeraré a continuación:

PRINCIPIO 1: No se involucre en luchas de poder de las que es probable que nadie salga victorioso.

PRINCIPIO 2: Diga cosas agradables a sus hijos de vez en cuando, sobre todo si no se lo esperan.

PRINCIPIO 3: Es importante ser raro. No deje que los hijos piensen que son más raros que sus padres.

PRINCIPIO 4: No haga cosas por sus hijos que ellos sean capaces de hacer por sí mismos, a menos que esté seguro de que le devolverán el favor.

PRINCIPIO 5: Hay que tener una autoestima alta. Si el padre no la tiene, sus hijos tampoco.

PRINCIPIO 6: Aprenda a pedir disculpas cuando no cumpla sus propias cotas de exigencia al tratar a sus hijos.

LUCHAS DE PODER

Las luchas de poder se producen cuando alguien cree que ha perdido autoridad y quiere recuperar la sensación de control. Traen como resultado sentimientos negativos y es bastante difícil llegar a una solución satisfactoria, si no imposible. Los padres pretenden controlar a sus hijos y luego se sienten culpables por haber perdido la paciencia. Los niños se enfadan, se deprimen y fantasean sobre la manera de retomar el control sobre sus padres.
La sensación de pérdida de poder comienza a menudo a una edad temprana, y los padres que han experimentado esa sensación suelen transmitírsela al menos a uno de sus hijos, probablemente a aquel que tiene rasgos de carácter parecidos y que al padre no le gustan. Por tanto, los padres pueden evitar las luchas de poder siendo sinceros sobre lo que no les gusta de sí mismos. Comprenderse a sí mismo a través de la conciencia de uno mismo mejora nuestra labor como padres.
Para resolver las luchas de poder tome nota de los siguientes consejos:

1. Haga preguntas en lugar de órdenes.
2. Tenga un lugar donde esconderse cuando se desencadene una lucha de poder.
3. Proporcione a su hijo más de una opción para elegir.
4. La persona a quien usted tiene que controlar es a sí mismo, no a su hijo.
5. Soltar una carcajada en mitad de una lucha de poder consigue pararla.

Enfrentarse a una lucha de poder de manera inteligente es el primer paso para convertirse en mejor padre.

CÓMO ALABAR Y CRITICAR A LOS NIÑOS

Las alabanzas y las críticas son juicios que una persona emite sobre otra. Saber comunicar dichos juicios mejorará la labor de los padres y su relación con sus hijos.
Elogiar al niño cuando él se lo espera sólo demuestra que el padre está haciendo lo que "debe" hacer un buen padre. Cuando el niño muestra un trabajo que ha hecho en el colegio y que él cree que es maravilloso, busca los elogios para reforzar sus propios sentimientos. Está bien concedérselos, pero es su propia opinión la que debe guiarle, no el juicio de los padres.
Cuando el niño sabe que ha hecho algo mal y no puede evitar que los padres lo descubran, la crítica y el castigo posterior ya se han formado en su mente, aunque todavía los padres no hayan intervenido. El niño sabrá cuando ha hecho algo mal si ha aprendido a juzgar sus propias actuaciones.
Decir cosas agradables a los niños cuando no se lo esperan tendrá un efecto duradero.
Es importante que el niño sepa que los sentimientos de su padre son positivos porque su opinión general de la vida es importante para él, aunque actúe como si no lo fuera. Por ejemplo, algunas de las cosas agradables que decir:

Se puede decir algo agradable sobre una característica personal favorable del niño para demostrarle que uno no siempre tiene que hacer algo para merecer elogios.

Se puede decir algo agradable sobre algo que haya hecho el niño, mostrándole que una buena actitud es una fuente de sensaciones gratas.

Se puede decir algo agradable de uno mismo para mostrar que la autoestima positiva es buena. Se le está diciendo con ello al niño que es posible sentirse bien con uno mismo sin buscar continuamente la aprobación de los demás.

Se puede decir algo agradable sobre otras personas para mostrar que está bien tener buenos pensamientos hacia los demás aunque no estén presentes.

Se puede decir algo agradable sobre un árbol, una puesta de sol o el color de un edificio para mostrar que es bueno obtener satisfacción de las experiencias cotidianas.

Se puede decir algo agradable sobre algo o alguien que también posea características que no nos gustan, para mostrar que la vida no es solo blanco y negro, y que bueno y malo a menudo van unidos.

Decir algo agradable no es necesariamente una alabanza, pero muestra que se tiene una actitud positiva, lo cual es muy necesario para los padres. Comunica una visión positiva de la vida que se transmitirá al niño.

LA IMPORTANCIA DE SER RARO

La mayoría de los niños cree que tiene algo raro. Suelen llegar a la conclusión de que son diferentes de los otros niños cuando empiezan la escuela. Una vez que el niño se da cuenta de que es raro, esto se convierte en un problema para él. Algunos niños nacen raros, y otros se convierten en raros debido a su educación. Les ocurren cosas tan extrañas e impredecibles que si sus padres también son un poco raros, podrán soportar mejor su propia rareza.
Con raro me refiero a un padre que es espontáneo. Un padre que de repente hace lo contrario de lo que espera su hijo. Un padre raro es aquel que no teme parecer tonto a los ojos de su hijo ni ponerse a su propio nivel y "actuar como un crío". Ser raro es otra forma de reforzar los lazos entre padres e hijos. Los buenos padres establecen vínculos muy fuertes con sus hijos, aunque para ello tengan que renunciar al control absoluto.
Los padres raros tienden a respetar lo que les convierte en raros. Puede tratarse de un talento, un interés o una actitud por la que sienten pasión. Demuestran un compromiso con sus ideas que va más allá de lo normal. La pasión que sienten los padres por sus intereses es a menudo comunicada a sus hijos, que aprenden que apasionarse por algo no sólo es posible sino deseable. A una edad en que es raro adquirir fuertes compromisos, aprender esta lección puede ayudar a alguien a ser un hombre de éxito, porque los grandes logros suelen ser el resultado de una entrega apasionada.

A continuación les daremos algunas normas sobre cómo ser raros:

Hay que encontrar tiempo para expresar pasión por algún interés en particular.

El comportamiento de los padres no debe guiar el futuro del niño tanto como la vida interior, las intenciones, deseos y sentimientos de los padres.

Hay que decir o hacer cosas de vez en cuando que el niño no espera.

Hay que pasar mucho tiempo con los hijos a solas.

Hay que hablar con los hijos de cosas que interesen al padre, aunque aquellos parezcan no entender de qué se está hablando.

Hay que defender sus ideas con fuerza pero no exija que los niños tengan las mismas opiniones.

No hay que ridiculizar algo que su hijo se toma muy en serio.

Hay que tener alguna actividad creativa que su hijo le vea desempeñar.

Hay que dejar que sus hijos vean sus sentimientos. No tienen porqué ser necesariamente positivos. La rabia, la indignación y la confusión son emociones a las que su hijo debe aprender a enfrentarse.

Hay que entender que el proceso de crecimiento es irregular, episódico e incoherente. Ninguno de sus hijos tendrá un proceso de desarrollo perfecto. No se preocupe. Cuando el padre se gusta a sí mismo, los niños también acabarán gustándose antes o después.

ENSEÑAR A LOS HIJOS A HACER LAS COSAS POR SÍ MISMOS

Cuando los padres creen que deben hacerlo todo por sus hijos, tal vez los niños no aprendan a ser responsables por sí mismos. Los buenos padres son aquellos que hacen menos cosas por sus hijos, dejándoles asumir responsabilidades a ellos. Este es un ejemplo en que menos es más.
Los padres con demasiadas ganas de ayudar se arriesgan a incapacitar emocionalmente a sus hijos. El meollo de la cuestión es que los padres arrebatan el poder a sus hijos cuando hacen por ellos cosas que ellos pueden y deben hacer por sí mismos. La ayuda debe ofrecerse cuando ha sido previamente solicitada y debe ir dirigida a ayudar al niño a utilizar sus propios recursos para solucionar el problema. Si los niños dicen que necesitan ayuda, la pregunta que hay que hacer es: ¿Qué te gustaría que hiciera yo? Los niños que han pedido ayuda otras veces ofrecerán una respuesta razonable. Los niños a los que se les ha prestado demasiada ayuda tienen problemas para contestar porque no han analizado lo que necesitan para poder identificar los recursos que ellos mismos no poseen. Si el padre es selectivo a la hora de prestar ayuda, el niño aprenderá a tener más recursos.
Los buenos padres dan oportunidades a sus hijos para que aprendan a pedir ayuda y a controlar su capacidad para soportar la frustración, a la vez que aguantan su propio desasosiego cuando ven a sus hijos intentando solucionar un problema que les supera.

LA AUTOESTIMA DEL PADRE ES MUY IMPORTANTE

La mayoría de los buenos padres se preocupa por la autoestima de sus hijos y estarán dispuestos a hacer cualquier cosa para fomentarla. Casi siempre tendrán que aumentar primero la suya propia. La autoestima podríamos definirla como la experiencia de andar por la vida con un sentimiento de bienestar y satisfacción. Por la tanto la mejor manera de aumentar la autoestima es buscar más experiencias que produzcan bienestar y satisfacción.
Para sentirse satisfecho como padre, hay algunos sentimientos básicos que hay que procurar experimentar:

Hay que procurar divertirse.

Hay que confiar en que sus hijos estén sanos y sean felices.

Hay que creer que los demás le respetan a uno como padre.

Hay que sentirse satisfecho con el trabajo que se realiza.

Hay que luchar contra el exceso de ansiedad.

Hay que creer que los hijos agradecen las contribuciones de los padres a sus propios triunfos.

Encontrar formas para experimentar más satisfacción en la vida familiar y en la labor de padres no es ningún misterio. Los buenos padres tienden a hacer cosas que la mayoría de los padres no hacen. Seguidamente les enumeraré una lista de sugerencias que han funcionado con otros padres. Si funcionan en su caso particular, su autoestima aumentará porque obtendrá más placer y satisfacción en su propia casa.

Pase tiempo a solas con cada uno de sus hijos siempre que pueda para que no le distraigan las necesidades de los otros miembros de la familia.

Tenga cofres con llave para cada miembro de la familia (incluido usted mismo) para que los "tesoros" privados de cada uno estén a salvo de la curiosidad de los demás.

Pase tiempo todas las semanas a solas con su esposa/o, sin niños ni otras distracciones.

Permita que la casa esté desordenada durante el día, mientras todos estén cumpliendo con sus obligaciones pero exija que participen luego de la limpieza por las noches. Al fin y al cabo, la casa es de todos.

Tenga siempre algo disponible para comer que guste a su familia porque la comida es un factor importante de seguridad.

Aprenda a planificar para no desaprovechar las oportunidades satisfactorias por la aparición de acontecimientos imprevistos.

Establezca tradiciones familiares cada semana, mes o año.

Eche a todos los demás de casa de vez en cuando para tener la sensación de que su casa es su castillo.

Si no tiene amigos, consiga algunos rápidamente. A largo plazo, no se puede depender de la familia para satisfacer todas las necesidades sociales.

Tenga un calendario en la cocina para establecer una valoración de cada día. Defina su propia escala. Esto le obligará a evaluar la calidad de cada día y a encontrar maneras de mejorar.

Divida sus metas en etapas para que avance todos los días en la dirección adecuada.

Si prefiere no enfrentarse a miembros de la familia verbalmente sobre algo que le molesta, déjeles notas.

Escoja un día cada dos semanas y propóngase no gritar durante todo el día.

Desarrolle su propia lista de cosas que puede hacer para aumentar su autoestima.

Aprenda a decir "no".

APRENDA A PEDIR DISCULPAS

Los padres siempre tienen razón, incluso cuando están equivocados. Es difícil superar este tipo de educación, se necesitan muchos golpes psicológicos, crisis espirituales y honestidad personal para ello. Por eso muchos de nosotros evitamos mejorar como padres hasta que es demasiado tarde y nuestros hijos son demasiado mayores para agradecérnoslo.
Los niños deben educarse en una sociedad mucho más compleja y peligrosa que aquella en la que fueron educados sus padres. Para aguantar y superar estos desafíos, los niños tienen que estar seguros de sí mismos.
Tenemos que olvidar la creencia de que pedir disculpas a los hijos implicará que somos demasiado blandos o que ellos tendrán un carácter débil. El mundo necesita más personas fuertes pero benevolentes. Los buenos padres lo consiguen y ésa es una razón por la cual sus hijos se elevarán por encima de la norma cuando sean adultos. Los padres que creen que la única manera de educar bien a sus hijos es tener un control absoluto sobre ellos casi nunca piden disculpas por haber cometido alguna ofensa. Los padres que necesitan mantener el control a toda costa son ciegos con respecto a su propio sentido de la irresponsabilidad. Antes o después, sus hijos aprenderán que sus padres carecen de credibilidad a pesar de las temibles muestras de enfado.
Negarse a pedir disculpas cuando uno se ha equivocado refleja una actitud paterna disfuncional. No vale disculparse si se utiliza como un truco para suavizar las cosas. Debe ser un acto sincero.
Disculparse puede enseñar a los hijos muchas lecciones importantes, al mismo tiempo que ayuda a mantener con ellos una relación sincera y realista. Aquí va una lista de lo que pueden aprender:

Aprenden que no tienen por qué tener siempre razón y que, aunque estén equivocados, siguen siendo buenas personas.

Aprenden que hay que admitir un error antes de poder corregirlo, y que corregir errores es importante.

Descubren que pedir difícil, y que hay que ser fuerte para hacerlo.

Ven una muestra de sinceridad, que tal vez no vean en otra parte.

Aprenden que una buena familia repara los malos sentimientos que se producen entre sus miembros.

Aprenden la virtud de perdonar a los demás cuando pierden temporalmente el control.

Aprenden que la disculpa es una forma de reconocer que otra persona es digna de respeto.

Aprenden que no es necesario alimentar rencores porque uno se sienta culpable por algo que ha hecho. Todo el mundo empieza a odiar a la persona hacia la que alberga un sentimiento de culpa.

Aprenden a pedir disculpas a sus padres cuando les han ofendido, y a resolver sus remordimientos y su complejo de culpa.

Pedir disculpas a los niños cuando se les ha ofendido o tratado mal es el mejor método para mostrarles que son dignos de respeto. Los buenos padres tratan a sus hijos con más respeto que los padres normales, y es probable que sus hijos obtengan más éxito en este mundo tan complejo.
Piense en lo que hubiera sentido como hijo si sus padres hubiesen pedido disculpas por sus ofensas, en especial por las que todavía no se les ha perdonado. No cometa el mismo error con sus hijos.

Recuperar los valores

Sociólogos y otros estudiosos de las relaciones humanas han dado la voz de alarma: el deterioro en la convivencia social que distancia a algunos padres de sus hijos y a los educadores de sus alumnos, y que, en su peor versión, llena las páginas de sucesos, tiene mucho que ver con el hecho de que las últimas dos generaciones han transformado parte de un sistema de valores que parecía asumido, o percibido como positivo, en sociedades desarrolladas como la europea. 

La imparable violencia machista, los desencuentros entre padres e hijos y entre estos y sus profesores, el culto que rinden a la violencia ciertos sectores juveniles, el nuevo fenómeno de adolescentes descontrolados durante fines de semana llenos de drogas y alcohol, el creciente fracaso escolar y la consiguiente desmotivación de chicos y chicas, la competitividad inhumana en algunas empresas... son manifestaciones de una problemática que tiene muchas y complejas causas, una de las cuales podría ser la quiebra de algunos valores universales despreciados por su aroma a viejo o

poco moderno, como el respeto a las personas mayores, el cuidado con las cosas que son de todos o la cultura del esfuerzo como medio para el progreso material y personal.

Más de un psicólogo y psicopedagogo comienza a reivindicarlos, aun a costa de cargar con una imagen negativa de reaccionario o contrario a la moda y a los valores en boga, como el individualismo, la satisfacción inmediata de cualquier deseo o la diversión a toda costa.

Parte de nuestra sociedad parece solicitar que quienes tenemos responsabilidades, entre otros padres, educadores y medios de comunicación, rescatemos esos valores "de siempre" que promueven la vida en sociedad y dotan de un sentido humano, cívico (¡qué palabra tan aparentemente arcaica y sin embargo tan plena de significado hoy mismo!) y solidario a nuestras vidas.

Los valores nos hacen más humanos y más libres

Tengamos presente que la escala de valores y creencias de cada persona es la que determina su forma de pensar y su comportamiento. La carencia de un sistema de valores definido y compartido por la mayoría de la población instala al sujeto, especialmente al menos maduro, en la indefinición e indefensión y en un vacío existencial que le deja dependiente de otros y de los criterios de conducta y modas más peregrinos. Por el contrario, los valores asumidos como cultura, como lo que compartimos con los seres humanos que nos rodean y con todos en general, nos ayudan a saber quiénes somos, a dónde vamos, qué queremos y qué medios o herramientas nos pueden conducir al logro fundamental de nuestra existencia: el bienestar emocional, uno de los elementos esenciales de eso que denominamos calidad de vida.

Estos valores no dependen de los tiempos ni de las coyunturas, porque nada tienen que ver con el sistema económico o político vigente ni con las circunstancias concretas o modas del momento. Son intemporales, de puro humanas y potenciadoras de la sociabilidad y del equilibrio en la relación entre las personas que resultan. Están por encima de las circunstancias, por su sólida vinculación con la dignidad humana. Y porque promulgan el respeto a las opiniones y necesidades de los demás. Son valores del yo, que no puede desarrollarse si no vive en libertad y en coherencia con unos principios íntimamente relacionados con la responsabilidad de entender que todos somos seres humanos, con nuestra dignidad, nuestras necesidades, nuestros gustos y nuestra propia emotividad. Iguales en nuestra diferencia, en suma.

La Declaración Universal sobre Derechos Humanos de la ONU reconoce al hombre como portador de valores eternos, que siempre han de ser respetados. Estos valores, reconocidos por todos, sientan las bases de un diálogo universal y pueden servirnos de guía: al individuo, para su autorrealización; y a la humanidad, para una convivencia en paz y armonía.

Enseñar con el ejemplo

 

En las últimas décadas han primado, quizá como reacción a anteriores lanteamientos más coercitivos que dialogantes, unas posturas pedagógicas más permisivas y abiertas, basadas en el dejar hacer y en el principio de no coacción a la espontaneidad de la persona. Esto se ha percibido especialmente en las relaciones entre padres e hijos y entre estos y sus profesores. Hay muchas causas sociales, políticas e incluso económicas (la mujer se incorpora al trabajo remunerado y los padres apenas tienen tiempo para ver, y mucho menos para educar, a sus hijos) que explican esta evolución, pero no nos detengamos ahí. La sensación que prima en algunos padres y educadores es que la experiencia aperturista no ha sido del todo positiva. A los adolescentes les cuesta reconocer la autoridad moral de padres y educadores y los problemas de convivencia afloran en muchas familias. Y son demasiados los jóvenes (y mayores, por supuesto) que se comportan ignorando los más elementales principios de solidaridad y de respeto a los demás.

De un seco y frío autoritarismo, poco proclive a las explicaciones y menos aún a escuchar al niño o joven, hemos pasado (permitámonos la exageración) a una permisividad del "todo vale" y se estima que quizá tardemos toda una generación en recuperar la autoridad dialogante, una autoridad que fija y marca límites justos, razonables y negociables, necesarios para el aprendizaje de la libertad personal y la convivencia social. Necesitamos una vuelta de tuerca. Si no se discute que es difícil educar en valores cuando se mantiene una actitud controladora y represiva, cada día está más claro que no es más sencillo conseguirlo desde la tolerancia casi sin límites que parece reinar hoy en muchos hogares. No son pocos los padres y educadores, y en general adultos, que temen contrariar a los jóvenes, aunque la razón les asista.

Ahora bien, no se trata de autoculpabilizarnos, ni de culpar a nadie de por qué y cómo hemos llegado donde estamos, si no de que cada uno, como parte implicada, asumamos la cuota de responsabilidad que nos corresponde en la educación en esos valores. Pero sólo en la medida en que vivamos los valores que queremos trasmitir conseguiremos el objetivo. Porque educar es, fundamentalmente, comunicar a través del ejemplo, trasmitir actitudes y comportamientos. El testimonialismo pasó, y muy justamente, de moda. No olvidemos nunca que ante los educandos somos sus modelos.

Uno a uno, diez valores muy rescatables

1) Respetar a las personas mayores: lo hemos vivido casi como una imposición "por ser el padre o madre, abuelo o abuela"; cambiemos esa obediencia ciega por el sincero respeto hacia quienes, con una vida de esfuerzos, nos han trasmitido la próspera sociedad que disfrutamos.

2) Prestigiar a los educadores: volver a revestirles de la dignidad y respeto que su profesión merece y aceptar su autoridad. Y trasmitirlo a niños, jóvenes y adultos. Es imprescindible.

3) Solidaridad con los débiles (y no sólo con los marginados) que nos rodean.

4) Respeto a los bienes y servicios públicos: educar en la máxima "esto es de todos y hemos de velar porque se encuentre en buen estado" y en la obligación de cuidar como nuestro el patrimonio común.

5) No dejarnos llevar por el consumismo. Nada tiene de malo el bienestar material, pero intentemos ser consumidores conscientes e informados, y controlar la ansiedad de comprar por comprar. Sólo conduce a la frustración, al deterioro ecológico y a otros disgustos más prosaicos

6) Aprender a escuchar: de forma incondicional (sin juicios ni prejuicios), activa y empática, comunicando de verdad con el interlocutor e intentando ponernos en su piel.

7) Aprender a esperar, a respetar el turno. Superar la ansiedad de ser el primero, de conseguirlo todo a la primera y rápidamente. Los demás también esperan.

8) Aprender a perder, a fallar, a asumir el fracaso como proceso básico de todo aprendizaje de crecimiento personal. Un "no" hay que saber asumirlo sin dramas. Tendremos que oír muchos en nuestra vida.

9) Desarrollar el sentido de responsabilidad, potenciar la cultura del esfuerzo. Organización, puntualidad, empeño por hacer bien las cosas... son planteamientos muy positivos.

10) Potenciar la autoestima, cuidar de nosotros mismos. Aceptación, valoración y mimo hacia uno mismo.

La responsabilidad en el niño

Enseñar a los niños a ser responsables requiere un ambiente especial en el hogar y en la escuela. Se trata de conseguir un ambiente que les ofrezca información sobre las opciones entre las que deben escoger y las consecuencias de cada una de ellas, y que les proporcione también los recursos necesarios para elegir bien.

La responsabilidad es la habilidad para responder; se trata de la capacidad para decidir apropiadamente y con eficacia, es decir, dentro de los límites de las normas sociales y de las expectativas comúnmente aceptadas. Por otro lado, una respuesta se considera efectiva cuando permite al niño conseguir sus objetivos que reforzarán sus sentimientos de autoestima.

La responsabilidad conlleva, en cierta forma, ser autosuficiente y saber defenderse. Estas son dotes propias de poder personal que, según Gloria Marsellach Umbert en su artículo "La autoestima en niños y adolescentes", significa tener seguridad y confianza en uno mismo y para ello es necesario ser responsable además de saber elegir, llegar a conocerse a uno mismo y adquirir y utilizar el poder en las propias relaciones y en la vida.

Para un niño es normal tener cierto temor a los límites, temor que desaparece conforme el niño va comprobando que límites y consecuencias se integran en un sistema coherente. Padres y educadores pueden contribuir a conformar el sentido de los límites de diferentes maneras:

Sabiendo claramente ellos mismos lo que esperan de los niños.
Exponiendo sus expectativas de manera que los niños las entiendan, incluyendo la asignación de responsabilidad acerca de tareas y deberes.
Averiguando si el niño entiende estas expectativas, bien haciéndolas repetir o bien guiándole mientras las cumple.
Estableciendo claramente los límites de tiempo razonables para realizar tareas o debes escolares, sin ambigüedades.
Explicando al niño las consecuencias de no hacer las cosas. Estas consecuencias deben aplicarse coherentemente, sin sentimientos de culpabilidad o remordimientos y sin hacer sufrir al niño. La coherencia es más importante que la severidad.
Redactando y colocando un cartel con todas las reglas y las obligaciones, de modo que no pueda alegarse como excusa "el olvido"
Participando padres y madres (cuando sea posible) en la explicación de las reglas al niño. Así sabrá que ambos las apoyan y mantienen.
Consiguiendo que todos los niños de la familia o de la clase tengan responsabilidades equiparables, con los ajustes necesarios en función de su edad y de sus habilidades particulares.

Un niño es responsable cuando sus actos coordinan, de forma creativa, sus propios objetivos con las necesidades de los demás. Para ello, los adultos tienen que ayudar al niño a obtener este equilibrio, a definir sus propios valores y a resolver las dificultades en función de sus propios sentimientos.

El niño que posea sentido de la responsabilidad cosechará éxitos cada vez con mayor frecuencia, y se beneficiará de las consecuencias positivas de esos éxitos.

Muchos padres creen que las recompensas por buen comportamiento son una especie de "soborno", pero las recompensas de orden material (dinero, juguetes...) sólo se convierten en sobornos si son la única técnica que se utiliza para motivar a un niño. Recompensas son aquellas cosas que el niño valora, cosas que desea o que necesita. Existen también recompensas que no son materiales que conviene recordar:

Hágale saber al niño, de palabra, mediante elogios, qué cosas ha hecho bien: "has limpiado tu armario estupendamente"
Proporciónele ese reconocimiento de forma espontánea, periódicamente, relacionándolo con los logros del niño: "¿Qué te parecería ir a comprarte un helado? La verdad es que has hecho un trabajo muy duro limpiando el cuarto de baño"
Apoye al niño cuando lo necesite: "Como me ayudaste ayer a limpiar el jardín, bien puedo yo ahora ayudarte a hacer los deberes"
Muestre interés por lo que hace el niño y anímele: "Ya que tienes que ir a una reunión de los boyscouts esta noche, yo me ocupo de lavar los platos"
Comparta con el niño algunas tareas de tanto en tanto, como reconocimiento a sus esfuerzos: "La verdad es que ayer dejaste tu habitación limpísima: ¿qué te parece si te ayudo a limpiarla hoy?

En ocasiones las responsabilidades de los niños producirán cierta incomodidad a los adultos. Los niños necesitan que los adultos sean pacientes y tolerantes.

El aprendizaje de la responsabilidad

A los niños que no sean considerados responsables de sus actos les será más difícil aprender de sus experiencias. Enseñar a los niños a ser responsables no quiere decir enseñarles a sentirse culpables. Los que tengan sentido de la responsabilidad poseerán los medios, las actitudes y los recursos necesarios para valorar con eficacia las diferentes situaciones y decidir de forma consecuente para ellos y para los que se encuentran a su alrededor.

Uno de los aspectos básicos de la enseñanza de responsabilidad a los niños es la cuestión: "¿Quién es el responsable de acordarse de las cosas?" Los niños pueden saber hacer las cosas y desear agradar a los padres pero si no han tomado sobre sí la responsabilidad de acordarse, no pueden ser responsables. Hay algunos artificios que estimulan al niño a recordar, tretas que pueden abandonarse conforme el niño crece y va siendo capaz de asumir mayores responsabilidades:

  1. Escriba las cosas y colóquelas en lugar visible.
  2. No les recuerde las cosas a los niños una vez esté seguro de que le han escuchado y entendido. Recordar las cosas a los niños se convierte en una mala costumbre de la cual los niños pasan a depender.
  3. Establezca costumbres lo más regulares posible. Cuando las cosas ocurren de forma predecible y regular, se incrementa la capacidad de recordar de los niños.
  4. No le dé miedo castigar al niño que se "olvida".
  5. Acuérdese de lo que usted ha dicho. Si los padres lo olvidan, están otorgando al niño, tácitamente, permiso para hacer lo mismo.

Una vez que a los niños se les ha asignado ciertas obligaciones, los padres no deben confundirles ni fomentar la irresponsabilidad volviéndose a hacer cargo de las tareas encomendadas. Los padres relevan a sus hijos de sus responsabilidades si...

 

...les recuerdan las cosas cuando ellos "se olvidan"
...lo hacen ellos mismos porque "es más sencillo"
...subestiman la capacidad de los hijos.
...aceptan que los niños se califiquen a sí mismos de incompetentes o irresponsables.
... hacen cosas por sus hijos para que ellos les quieran o para que no les hieran en sus sentimientos.
...creen que sólo los padres que trabajan duramente y hacen un montón de cosas por los hijos son "buenos" padres.

¿Cómo enseñar a los niños a ser responsables?

Para enseñar a los niños a ser responsables tiene que existir un programa claro de recompensas y alabanzas que ofrezca respuesta a su comportamiento (aspecto este al que hemos hecho referencia anteriormente). Por otro lado, el niño seguirá siendo irresponsable si la respuesta que obtiene es la crítica excesiva, la exposición al ridículo o a la vergüenza. Los niños a los que se recompensa por ser responsables van desarrollando gradualmente la conciencia de que la responsabilidad y los buenos sentimientos están relacionados; y, con el tiempo, disminuye su necesidad de recompensas externas.

Las siguientes pautas nos pueden ayudar a responder la pregunta planteada en este apartado:

  1. DESARROLLE LA SENSACIÓN DE PODER DEL NIÑO.
    Cuando se tiene sensación de poder se poseen los recursos, oportunidades y capacidades necesarias para influir sobre las circunstancias de la propia vida. Enseñar a los niños a ser responsables incrementa su sensación de poder.
     
  2. AYUDE A LOS NIÑOS A TOMAR DECISIONES.
    Los niños que han aprendido a ser responsables toman mejores decisiones que los que no han aprendido a serlo. Podemos contribuir a aumentar la capacidad del niño para tomar decisiones si ayudamos a:
    · Resolver los problemas que crea la necesidad de tomar una decisión.
    · Buscar otras soluciones.
    · Seleccionar una de las alternativas mediante la valoración de sus consecuencias.
    · Valorar la eficacia de las decisiones por medio de una discusión posterior.
     
  3. ESTABLEZCA NORMAS Y LÍMITES.
     
  4. UTILICE TAREAS Y OBLIGACIONES PARA CREAR RESPONSABILIDAD.
    Tareas y obligaciones son cosas concretas: se puede especificar cómo, cuándo y quién debe hacerlas. Esto ayuda a desarrollar la capacidad de organización y manejar los propios recursos.
     
  5. SEA COHERENTE.
    Es la mejor forma de indicar al niño que los adultos dicen las cosas en serio. Los adultos coherentes ayudan a los niños a sentirse seguros. Cuando no existen normas claras y evidentes, no hay manera de ser coherente.
     
  6. NO SEA ARBITRARIO.
    Ser arbitrario significa hacer algo diferente de lo que se había dicho o hacer algo sobre lo que no se había advertido. Para evitar ser arbitrarios debemos aclarar lo que queremos, comunicar estas expectativas de forma sencilla y directa, y concretar cuáles son las consecuencias esperables si el niño actúa en consonancia o no con esas expectativas.
     
  7. DÉ RECOMPENSAS POR SER RESPONSABLE.
     
UN NIÑO ES RESPONSABLE SI...

...realiza sus tareas normales sin que haya que recordárselo en todo momento.
...puede razonar lo que hace.
...no echa la culpa a los demás sistemáticamente.
...es capaz de escoger entre diferentes alternativas.
...puede jugar y trabajar a solas sin angustia.
...puede tomar decisiones que difieran de las que otros toman en el grupo en que se mueve (amigos, pandilla, familia, etc.)
...posee diferentes objetivos e intereses que pueden absorber su atención.
...respeta y reconoce los límites impuestos por los padres sin discusiones inútiles o gratuitas.
...puede concentrar su atención en tareas complicadas (dependiendo de su edad) durante cierto tiempo, sin llegar a situaciones de frustración.
...lleva a cabo lo que dice que va a hacer.
...reconoce sus errores.

 
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